Después de decir eso, César se acomodó un poco más en el asiento de al lado.
Perla estaba furiosa, miró al cielo sin decir nada.
Desde atrás, alguien empezó a tocar el claxon sin parar.
—¿El parqueadero es tuyo o qué? ¿Te vas a mover o no? ¡Si no vas a avanzar, déjanos pasar!
—¡Perdón, perdón! ¡De verdad, estamos discutiendo con mi esposa! ¡Ya nos vamos! —César bajó la ventana trasera y se asomó para pedir disculpas, luego volteó hacia Perla, inclinando la cabeza como si le dijera que subiera.
—¡Muévanse ya, carajo! ¡Si van a pelear, háganlo en el carro, pero no bloqueen el paso!
Perla arrugó la frente, levantó el dedo y le señaló.
—¡Cállate ya, deja de decir tantas estupideces!
Con un portazo fuerte, cerró la puerta trasera y se sentó adelante.
Rajiv, que siempre estaba a toda, ahora estaba más tenso, pegado a su puerta como si no supiera qué esperar de su jefe.
César estaba atrás, serio, sin decir nada.
El carro salió del estacionamiento y avanzó bastante. Perla empezó a mirar por la