Rocío no lo podía aguantar y tenía la frente en alto, con mil injusticias atoradas en el pecho.
—¿Por quién crees que hago todas estas cosas? ¡Si no es por nuestra familia!
Saúl ya no la soportaba. Siempre con los mismos dramas, llorando y quejándose. Se le notaba la molestia en la cara.
Gritó, harto:
—¡Lola, lleva a mi mamá para que se lave la cara!
Se paró y se fue derecho a la puerta.
—¿Saúl, a dónde vas tan tarde? ¿No vas a cenar en casa? —Rocío se levantó con los ojos rojos, medio colgada de Lola.
—Gracias, pero voy a salir a comer algo.
Cuando ya se había ido, Rocío murmuró con rabia: —Igualito al infeliz de tu papá. La comida servida y prefieren estar en la calle.
En el hospital, la niñera ya había dejado todo listo. Teresa buscó un pretexto y dijo: —Anda tú primero, tengo que pasar por la oficina por un problema del trabajo, hoy no vuelvo temprano.
—Pero si acabas de salir del hospital, ¿no dijo tu esposo que descansaras...? —la niñera bajó la voz al ver que metía la pata.
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