El aire en la mansión estaba tranquilo, casi sombrío, a pesar de la calidez del sol de la tarde que iluminaba suavemente los grandes ventanales. La familia Rossi Moretti había llegado de Suiza, pero la paz que se sentía en la casa no era más que una fachada, un intento desesperado de hallar calma después del torbellino que había significado el regreso.
Isabella estaba sentada en el sofá de la habitación, mirando fijamente el horizonte a través de la ventana, el pequeño Marcos dormía plácidamente en sus brazos, ajeno a los conflictos de los adultos que lo rodeaban. Francesco, sentado a su lado, la observaba con una mezcla de ternura y preocupación. Sabía que, aunque ella intentara mostrar fortaleza, el peso de lo sucedido con Elena y la tensión acumulada no desaparecerían tan fácilmente.
—Descansa, amor —dijo Francesco suavemente, mirando a Isabella, cuya mirada perdida parecía no encontrar reposo en su mente.
Ella le sonrió con suavidad, pero no podía evitar sentir una carga interna,