Mientras en Sicilia la noche ardía en sangre y silencio bajo la sombra de Salvatore, en Calabria, Alessa y Leonardo estaban en la habitación intentando dormir. La tensión por la visita al médico en la mañana no los había dejado conciliar el sueño, hasta que, después de unas horas, se quedaron dormidos abrazados el uno al otro, con las manos sobre el vientre de ella, donde nacía la esperanza. El cálido aroma de su piel se entremezclaba con el ligero susurro del viento que se colaba por la ventana entreabierta.
El amanecer se asomaba con tonos rosados, y el aire fresco de la mañana traía consigo el aroma de café recién colado, un perfume de calidez que llenaba el espacio de promesas.
En la mansión, la familia despertaba poco a poco. La cocina ya despedía olores a pan caliente, a mantequilla derritiéndose sobre tostadas recién hechas, y a mermeladas caseras con frutas frescas, mientras las tazas de porcelana tintineaban sobre los platos. Alessa y Leonardo, tomados de la mano, bajaron a d