La mañana había comenzado agitada, el calor en Sicilia comenzaba a tornarse sofocante. Era uno de esos días donde el aire se volvía espeso y los rayos del sol caían sobre la piel como caricias ardientes. Alessa llevaba el cabello recogido en una trenza y una camisa sin mangas que no lograba evitar que su espalda se empapara de sudor.
Pasaba de un punto a otro del resort, revisando detalles, corrigiendo entregas, firmando autorizaciones. A su lado, Salvatore la acompañaba como una sombra confiable, sin invadir. Sus intercambios eran breves pero constantes, como una coreografía bien ensayada.
—Las luces del salón principal ya están instaladas —le dijo él, pasando la mano por su nuca, húmeda por el calor—. Pero los interruptores están al revés. Izquierda enciende la derecha y viceversa.
—Perfecto —suspiró Alessa, girando los ojos—. Añádelo a la lista de cosas absurdas que debo corregir hoy.
Él sonrió.
—Está creciendo rápido esa lista. Vas a necesitar una botella de vino… o dos.
Ella se g