El video de Eugenio se había grabado sin contratiempos. En un cuarto aislado, frente a la cámara, el viejo enfermero relató con voz pausada y la mirada firme cada detalle: el encierro de Elena, el nacimiento de los gemelos, el rapto del segundo hijo, y las circunstancias oscuras de su muerte. Fue directo. Crudo. Inolvidable.
—Cuando Elena murió —dijo, mirando a la lente con ojos cargados de dolor—, no murió sola. Murió con las manos atadas. Murió silenciada. Y yo fui cómplice por callar tanto tiempo. Hoy hablo… porque no quiero morirme siendo cobarde.
Luciana apagó la cámara con las manos temblorosas. Alexander la abrazó en silencio. Roberto selló varias copias digitales y las subió a servidores seguros. Habían dado el golpe que cambiaría todo.
Pero al día siguiente, nada salió en las noticias.
Ninguna cadena compartió el video.
Ninguna plataforma replicó el testimonio.
Ningún medio lo mencionó.
Silencio absoluto.
⸻
—No puede ser —murmuró Alexander, revisando por décima vez los portal