La fotografía los dejó paralizados.
Luciana la sostuvo entre los dedos con un temblor visceral. Sus cuerpos desnudos, abrazados, capturados en la intimidad absoluta de una madrugada que creían solo suya. Alexander apretó los dientes. Sintió la invasión como un puñal directo al pecho.
—Estuvo aquí —murmuró él—. Entró. Nos observó. Y se fue sin dejar huellas.
—No… dejó esta —corrigió Luciana, alzando la imagen—. Nos dejó su presencia… como si estuviera reclamando lo que nunca tuvo.
Alexander se apartó, furioso, buscando entre los dispositivos de seguridad.
—No hay rastros. Borró todo. Anoche no hay grabaciones. Nada. Es como si hubiera pasado un fantasma.
Luciana se abrazó a sí misma.
—Un fantasma que quiere que sepamos que puede tocarlo todo… incluso lo más nuestro.
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Horas después, se comunicaron con Roberto, quien organizó un traslado inmediato de Camila al nuevo refugio temporal. La idea era llevarla a un sitio aún más aislado, monitoreado, donde Ismael no pudiera alcanzarla.
Pero c