Llevaba todo el día con el recuerdo del casi beso del día anterior clavado en la mente. Era sábado uno de mis días libres y una y otra vez me imaginaba el tacto de sus labios, recordaba la intensidad de su mirada en la oficina vacía. Necesitaba desesperadamente sacudirme esa sensación, drenar la confusión y la extraña excitación antes de que mi cabeza explotara. Así que llamé a mi amiga Valeria.
-¡Vale, amiga! ¿Estás libre para una noche de chicas? Necesito bailar hasta que se me olvide mi nombre… y quizás un par de caras- dije queriendo olvidar lo que pasó luego de la cena. -¡Obvio, Clari! Pero ¿Qué te picó? ¿El príncipe azul resultó ser un sapo con corbata? - Su tono era pura curiosidad juguetona. -Algo así… digamos que el ambiente laboral se puso un poquito… no, demasiado personal. Necesito un respiro urgente. Quedamos en "Euphoria", una disco de esas con luces de neón que te hacen sentir que estás dentro de un videojuego ochentero. Es una de las más exclusivas de la ciudad, no me gustaba ir a otras porque no me generaban mucha confianza. La música vibraba en mis huesos desde el momento en que entramos. Vale, con su energía contagiosa, no tardó en arrastrarme a la pista de baile. Bailamos canciones pegadizas, reímos a carcajadas y por un momento, logré que la imagen de los ojos oscuros de Maximiliano se desvaneciera entre la multitud y las luces estroboscópicas. Pero en algún punto de la noche, cuando la música se puso más lenta y sensual, un chico se acercó a mí. Era guapo, alto, musculoso, con una sonrisa fácil, y me invitó a bailar. Acepté, pensando que un poco de contacto inofensivo podría ayudarme a recordar que el mundo no giraba solo alrededor de mi jefe enigmático. Bailamos cerca, nuestros cuerpos moviéndose al ritmo de la música. Él tenía una forma de moverse que era… insinuante. Demasiado insinuante. Empezó a acercarse demasiado, su aliento en mi oído mientras me decía cosas que no eran precisamente poesía. -Eres ardiente- me dijo con un tono que implicaba deseo. Intenté mantener la distancia, pero él parecía interpretarlo como una invitación a ser más… atrevido. Su mano bajó de mi cintura a un lugar donde definitivamente no tenía permiso para estar. -Disculpa, creo que estás confundiendo las cosas… - Dije, tratando de sonar firme pero sin armar un escándalo. Él sonrió con suficiencia y se acercó aún más, ignorando mi incomodidad. Sentí un escalofrío de desagrado recorrer mi espalda. Necesitaba salir de esa situación rápido. Justo cuando iba a empujarlo, una mano firme se posó en su hombro, apartándolo de mí con una cortesía helada. -Disculpa, amigo. Creo que esta señorita estaba terminando de bailar. Mi corazón dio un vuelco al escuchar esa voz grave y familiar. Me giré y allí estaba él, Maximiliano Ferrer, con una expresión en el rostro que no había visto nunca: una mezcla peligrosa de frialdad y… ¿protección? ¡¿Qué demonios hacía él aquí?! El chico, visiblemente intimidado por la presencia imponente de Maximiliano, murmuró una disculpa y se alejó rápidamente, perdiéndose entre la multitud. Me quedé mirando a Maximiliano, sin poder creer lo que veían mis ojos. Vestía unos vaqueros oscuros y una camisa negra que le quedaba increíblemente bien, haciéndolo parecer menos CEO y más… hombre. ¿No sé suponía que venía a olvidarlo? -¿Señor Ferrer? ¿Qué… qué hace aquí?- Su mirada se suavizó un poco al posarse en mí, pero aún había una tensión palpable en el aire. -Vine a… despejarme un poco. ¿Todo bien? Ese hombre…- dijo señalando hacia donde se había ido mi ex compañero de baile. -No. Se estaba pasando de la raya. Gracias por intervenir- dije sinceramente. Hubo un silencio incómodo entre nosotros, roto solo por el ritmo insistente de la música. La luz de neón azul bañaba su rostro, dándole un aire misterioso. -¿Usted también viene a despejarse en un lugar como este, señor Ferrer? No lo imaginaba. Una sombra de algo parecido a una sonrisa cruzó sus labios. A veces… incluso los CEOs necesitan un poco de ruido y luces parpadeantes. Sus ojos se posaron en los míos, y por un instante, sentí que el ruido de la disco desaparecía, dejándonos solos en nuestra propia burbuja de tensión contenida. -¿Quiere… bailar? - La pregunta salió de mis labios antes de que pudiera pensarlo. Su sorpresa fue evidente, pero después de un breve instante, asintió lentamente. -Sí. Quiero. Y así, en medio de la multitud sudorosa y las luces parpadeantes, mi jefe y yo empezamos a movernos al ritmo de una canción lenta y sensual. Su mano se posó en mi cintura, la otra tomó la mía. Nuestros cuerpos estaban cerca, demasiado cerca, y la electricidad entre nosotros era innegable. Bailamos en silencio, sintiendo el calor del otro, la respiración agitada. Sus ojos no se apartaban de los míos, y en esa mirada intensa, reconocí la misma confusión y el mismo anhelo que sentía yo. Cuando la canción terminó, nos quedamos un instante más cerca de lo necesario. El aire vibraba con palabras no dichas. -Clara… - Empezó a decir, su voz grave apenas audible por encima del bullicio. Pero antes de que pudiera terminar, mi amiga Valeria se acercó a nosotros con una sonrisa. -¡Clari! ¿Todo bien? ¿Quién es tu… amigo?- La burbuja se rompió. Maximiliano se apartó un poco, recuperando su compostura de Jefe. -Señorita. Solo… nos encontramos aquí- Su tono era formal, pero la forma en que me miró antes de despedirse con un simple "Buenas noches" decía mucho más. Mientras veía su figura desaparecer entre la multitud, mi corazón latía con una fuerza inusitada. Esa noche en "Euphoria" había sido cualquier cosa menos un escape. Había sido un encuentro inesperado que había intensificado aún más la extraña y creciente conexión entre mi jefe y yo. Y sí, definitivamente quería saber qué era lo que Maximiliano Ferrer estaba a punto de decirme antes de que Vale interrumpiera el momentoMaximiliano El sábado amaneció con la persistente imagen de los ojos de Clara grabada en mi mente. No eran los ojos de mi asistente, eficiente y obediente. Eran los ojos de la mujer que, por un instante fugaz al final de la cena en "Le Gourmet", creí que iba a besar. ¿Por qué no lo hice? El impulso había sido tan fuerte, la cercanía tan palpable... pero la sombra de Ricardo siempre estaba ahí, recordándome que la felicidad era un lujo que no merecía. Su rostro sonriente, la culpa punzante en mi pecho... un recordatorio constante de que yo, indirectamente, había causado su muerte en ese maldito accidente. ¿Cómo podía permitirme la alegría después de eso? Pasé el día en la penumbra de mi apartamento, repasando una y otra vez ese instante en el restaurante. Su mejilla suave bajo mis dedos, su aliento cálido tan cerca... sentí una conexión visceral, una chispa inesperada. Demasiado inesperada. Mi mente gritaba advertencias. Clara era mi empleada. Y yo... yo no podía ofrecerle nada más
El cuero negro de los asientos del coche de Maximiliano olía a nuevo, a caro. Un silencio cómodo se instaló entre nosotros al dejar atrás el bullicio de "Euphoria". Miraba las luces de la ciudad pasar como estrellas fugaces, tratando de ordenar el torbellino de emociones que Maximiliano Ferrer lograba despertar en mí con tan solo una mirada. -Gracias por llevarme - dije, rompiendo el silencio. -No es nada, Clara. Era lo menos que podía hacer después de… esa situación. Su voz grave tenía un tono diferente al de la oficina, más suave, casi… íntimo. Lo miré de reojo. Sus ojos estaban fijos en la carretera, la luz de los faros iluminando sus facciones marcadas. Después de unos minutos, fruncí el ceño. Las luces que pasaban por la ventana no me resultaban familiares. -Disculpa, Maximiliano… creo que esta no es la dirección a mi casa. Él asintió, sin apartar la vista de la carretera. Volvió la mirada hacia mí por un instante, y en sus labios se dibujó esa pequeña sonrisa, esa que siem
El beso se rompió lentamente, dejando un silencio cargado de respiraciones agitadas y miradas intensas bajo el cielo estrellado de Caracas. Mis labios hormigueaban y la sensación del tacto de Maximiliano en mis mejillas parecía quemar mi piel. El mundo se había reducido a nosotros dos, suspendidos en ese instante robado al borde de la ciudad. Justo cuando iba a decir algo, a intentar descifrar el torbellino de emociones que veía en sus ojos oscuros, su teléfono comenzó a sonar en el bolsillo de su pantalón. El sonido agudo rompió la magia del momento, devolviéndonos bruscamente a la realidad. Maximiliano frunció el ceño, como si la llamada fuera una intrusión molesta. Sacó el teléfono y miró la pantalla. Su expresión cambió, volviéndose tensa, casi preocupada. -Disculpa - murmuró, con la voz aún áspera por el beso. Se giró un poco, apartándose de mí para contestar. -¿Sofía? ¿Pasó algo?- pregunto un poco nervioso. Su tono, aunque bajo para que no escuchara bien, sonaba… cargado de
La llamada había dejado un poso de incomodidad en el aire. La preocupación en el rostro de Maximiliano al hablar con Sofía, la forma en que había evitado mis ojos al colgar… todo contribuía a que una punzante duda se instalara en mi mente. ¿Acaso me está convirtiendo en "la otra"? ¿Será Sofía a razón detrás de su aparente reticencia a involucrarse emocionalmente? El beso apasionado de hacía unos minutos comenzaba a sentirse ahora como un error, una transgresión impulsiva que quizás solo había significado algo para mí. -¿Podemos irnos, Maximiliano? - dije, tratando de que mi voz sonara casual, aunque por dentro la ansiedad comenzaba a hacer mella. - Se está haciendo tarde. Él me miró, notando el cambio en mi tono. Su ceño se frunció ligeramente, como si intentara descifrar mi repentina distancia. -Claro, Clara. ¿Todo bien? ¿Te incómodé? No negué lo evidente, pero tampoco quería confesar mi creciente paranoia sobre Sofía. -Solo estoy cansada - mentí a medias, evitando su mirada m
El domingo había sido una especie de resaca emocional suave. Me la pasé dando vueltas en la cama, repasando el beso en el mirador, la llamada de Sofía, la confesión de Maximiliano sobre Mateo… Un torbellino de sensaciones y preguntas sin respuesta clara. ¿Significó algo ese beso para el? ¿cambiaría nuestra dinámica en la oficina? ¿qué papel jugaría Sofía en esto? La verdad es que no tenía ni la menor idea. Llegué a la oficina el lunes con una mezcla de nerviosismo y curiosidad. Intenté actuar normal, como si nada hubiera pasado el sábado por la noche, pero cada vez que Maximiliano estaba cerca, sentía una corriente eléctrica sutil en el aire. Nuestras miradas se cruzaban a veces, un instante fugaz cargado de algo indefinible. Él parecía igual de reservado que siempre, aunque notaba una… ¿suavidad? en sus ojos cuando me hablaba. Quizás era solo mi imaginación. La mañana transcurrió entre informes y llamadas, la rutina habitual intentando imponerse al caos interno. Hasta que, cerca de
Los días entre el lunes en la oficina y este jueves rumbo a Margarita habían pasado en una especie de limbo extraño. Maximiliano y yo mantuvimos una formalidad casi exagerada en el trabajo, como si el beso en el mirador y la conversación sobre Sofía nunca hubieran ocurrido. Sin embargo, sentía que había una tensión subyacente, una electricidad silenciosa que vibraba en el aire cada vez que estábamos cerca. Sus miradas a veces se detenían un segundo más de lo necesario, y había una ligera sonrisa en sus labios cuando me daba alguna instrucción. Yo, por mi parte, intentaba descifrar esas señales contradictorias mientras lidiaba con la emoción creciente por este viaje inesperado. Daniela, por supuesto, no había dejado de lanzarme miradas cómplices y preguntas insinuantes, alimentando aún más mi nerviosismo. Ahora estábamos aquí, en un lujoso jet privado rumbo a Margarita. Los asientos de cuero eran increíblemente cómodos y el silencio en la cabina era casi absoluto, solo interrumpido p
Después del almuerzo con los socios mexicanos, la tarde se deslizó entre reuniones y llamadas. El señor Mendoza, afortunadamente, mantuvo un comportamiento más profesional, aunque sus miradas ocasionales hacia mí seguían teniendo un brillo… particular. Maximiliano, por su parte, se mantuvo impecablemente correcto, casi distante, lo que me dejó un poco confundida. ¿El beso en el mirador y esa breve conexión durante el vuelo habían sido solo mi imaginación?Cuando terminamos con la última reunión del día, ya el sol comenzaba a teñir el cielo de tonos naranja y rosa. Sentía las piernas cansadas pero la cabeza llena de ideas y notas.-Clara, ¿te apetece tomar algo antes de cenar? Hay un bar por aquí cerca que tiene buenas vistas del atardecer. Y puedes bañarte en la playa si quieres. Sería una buena forma de desconectar un poco.La invitación de Maximiliano me tomó por sorpresa. Era la primera vez que me proponía algo así fuera del contexto estrictamente laboral.-Claro, señor Ferrer… Ma
Desperté con el cuerpo adolorido de una manera deliciosamente familiar. La luz que entraba por las cortinas me decía que ya era tardecito. Me giré buscando a Maxi, pero solo encontré sábanas revueltas y el lado de la cama frío. Sentí un poquito de bajón, pero al toque sonreí acordándome de la noche anterior. Había sido… intensa, chico. Desde que entró por la puerta, todo se desató en besos, caricias y gemidos que no les cuento. Recordé sus manos por toda mi piel, sus labios reclamándome por completo. Y él… Maxi parecía que no tenía fin. "Dios, Clara, eres una maravilla." Su voz ronca resonaba en mi mente mientras recordaba cómo me había tomado contra la pared del balcón, la brisa tibia erizando mi piel. Cada beso, cada roce, cada vez que me hacía suya, era con una urgencia y un deseo que me hicieron perder la noción del tiempo. -No pares, Maxi… por favor- Mis jadeos se mezclaban con los suyos mientras sus embestidas se hacían más profundas y salvajes. Me vino a la mente cuando me