Capítulo 35

Dos años.

Dos años, desde que la puerta de ese despacho se cerró tras de mí, llevándose consigo no solo un empleo, sino también una parte de mi alma que se había entrelazado con Maximiliano de una forma que nunca creí sucedería, se suponía que era solo sexo.

Renuncié con la dignidad hecha pedazos y el corazón latiéndome salvajemente, un eco constante de su nombre. ¿Cómo había podido permitir que ese hombre... que ese sentimiento me consumiera hasta este punto?

Mi primer refugio fue Valencia, la casa de mis papás. El olor familiar a las arepas de mamá y el regaño suave de papá por llegar tan tarde esa noche fueron un bálsamo tenue para mi alma herida. Me recibieron con abrazos silenciosos, intuyendo la tormenta pero respetando mi espacio.

Los días en Valencia se deslizaron lentos, marcados por el tic-tac del reloj del comedor y las preguntas suaves y llenas de preocupación de mis padres.

—Hija —me decía mamá una tarde, mientras me servía una taza de té de manzanilla—, estás muy calla
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