La tarde en la oficina adquirió un matiz decididamente diferente tras la inesperada revelación de mi encuentro con Elena. Maximiliano parecía visiblemente más relajado, como si una pequeña carga se hubiera levantado de sus hombros, aunque la preocupación por Sofía y el pequeño Mateo seguía presente en sus ojos. Durante las horas siguientes, me dirigió algunas miradas discretas, cargadas de un agradecimiento silencioso que derretía ligeramente la barrera de formalidad que habíamos construido con tanto esmero.
Daniela, con su radar de chismes siempre activo, no tardó en acercarse a mi escritorio con una sonrisa traviesa.
-Clari, ¡esto es mejor que una telenovela turca! ¿Desde cuándo conoces a la suegra? ¡Que buen giro de guion!
-¡Dani, por favor! ¡No es mi suegra! - exclamé, sintiendo un leve rubor en mis mejillas. - La ayudé esta mañana cuando se cayó cerca del edificio. Fue una coincidencia total, te lo juro.
-¡Uy, qué puntería la tuya! Y el jefe parecía… bastante… ¿conmovido? Esto se