La tarde en la oficina adquirió un matiz decididamente diferente tras la inesperada revelación de mi encuentro con Elena. Maximiliano parecía visiblemente más relajado, como si una pequeña carga se hubiera levantado de sus hombros, aunque la preocupación por Sofía y el pequeño Mateo seguía presente en sus ojos. Durante las horas siguientes, me dirigió algunas miradas discretas, cargadas de un agradecimiento silencioso que derretía ligeramente la barrera de formalidad que habíamos construido con tanto esmero. Daniela, con su radar de chismes siempre activo, no tardó en acercarse a mi escritorio con una sonrisa traviesa. -Clari, ¡esto es mejor que una telenovela turca! ¿Desde cuándo conoces a la suegra? ¡Que buen giro de guion! -¡Dani, por favor! ¡No es mi suegra! - exclamé, sintiendo un leve rubor en mis mejillas. - La ayudé esta mañana cuando se cayó cerca del edificio. Fue una coincidencia total, te lo juro. -¡Uy, qué puntería la tuya! Y el jefe parecía… bastante… ¿conmovido?
Elena suspiró profundamente, como si liberar ese aire cargado de recuerdos le costara. Su mirada se perdió por un instante en la nada, evocando fantasmas de un tiempo pasado. -Sofía siempre fue… una muchacha llamativa. Le gustaba ser el centro de atención, desde joven. Ricardo era un chico bueno, sencillo, muy enamorado de ella. Pero Sofía… siempre tuvo ojos para Maximiliano. Él era el exitoso, el que tenía el futuro asegurado. Ricardo era más… tranquilo, conformista. Hizo una pausa, tomando un sorbo de su café ya frío. -Hubo… incidentes. Nada grave, quizás solo la perspectiva de una tía protectora. Pero recuerdo miradas, comentarios… una intensidad en la forma en que Sofía miraba a Maximiliano que no era propia de una amiga de la familia, ni siquiera de la novia de su mejor amigo, peor aún de su primo. Maximiliano siempre fue caballeroso, distante en ese sentido. Pero Sofía era persistente. Su tono se endureció ligeramente. -Luego se casó con Ricardo. Todos pensamos que esa
La distancia fría que había mantenido con Maximiliano tras su extraña reacción al agradecimiento de su madre se había convertido en la nueva normalidad en la oficina. Apenas cruzábamos palabras que no fueran estrictamente necesarias para el trabajo, y la tensión palpable entre nosotros era un recordatorio constante de la complejidad de nuestras acciones. Por mi parte, seguía con la observación discreta de su dinámica con Sofía, tal como Elena me había pedido, aunque un creciente malestar me invadía. Sentía que estaba traicionando la confianza de mi jefe, actuando a sus espaldas, y la falta de cualquier indicio sospechoso solo intensificaba mi incomodidad. Quizás Elena se equivocaba, quizás yo estaba interpretando mal. Los días transcurrieron sin incidentes notables en la relación entre Maximiliano y Sofía. Sus interacciones parecían profesionales y cordiales, pero nada que gritara secreto o manipulación. Una tarde, mientras Daniela y yo estábamos e
Maximiliano La conversación de Clara con Andrés al final de la tarde se quedó grabada en mi cabeza como un eco molesto. Escuché claramente a Andrés mencionar "La Fontana" a las ocho. Un escalofrío me recorrió la espalda. ¿Una cena? ¿A solas? La imagen de ellos dos juntos, disfrutando de una velada que yo no compartiría, me generaba una punzada de celos que no quería admitir.Me quedé en la oficina, revisando papeles sin verlos realmente. No sentía rabia hacia Andrés; él siempre había sido así, encantador y sociable. La rabia era contra mí mismo. ¿Por qué no había sido más sincero con Clara? ¿Por qué había dejado que esta distancia creciera entre nosotros? La idea de que mi propio hermano pudiera estar cortejándola, ofreciéndole una atención que yo no le había dado, era insoportable.Durante una tortuosa media hora, me debatí entre la razón y el impulso. La razón me gritaba que no tenía derecho a entrometerme, que Clara era libre de hacer lo que quisiera. Pero el impulso era una fuerz
Andrés se despidió con una sonrisa amable, dejándonos solos en la acera. El silencio que cayó entre Maximiliano y yo era denso, cargado de una incomodidad palpable. Su mirada se posó en mí, una mezcla de expectación y algo más oscuro que no pude descifrar. Yo solo quería escapar, alejarme de su presencia confusa y de la agitación que su cercanía siempre provocaba en mí.-Gracias, señor Ferrer - dije, manteniendo una distancia física y emocional. - Pero prefiero irme caminando. El aire fresco me vendrá bien. Además es una noche muy bonita.Su rostro se contrajo ligeramente, mostrando sorpresa y una punzada de decepción.-¿Caminando? Tu casa no está muy cerca Clara y es tarde. Por favor, insisto, te llevo en un momento.Negué con la cabeza suavemente, aferrándome a mi decisión como a un salvavidas.-De verdad, estoy bien. Necesito un poco de tiempo para mí. Que tenga buena noche, señor Ferrer.Sin esperar una respuesta, me di la vuelta y comencé a caminar, sintiendo su mirada pesada en
El sol se coló entre las persianas como un dedo acusador, señalándome la resaca emocional de la noche anterior. Me desperté con una sensación de asco, recordando cada palabra, cada silencio incómodo con Maximiliano. ¿En qué momento me convencí de que algo real podía nacer de esa tensión constante, de esos encuentros a escondidas? Si no hubiera estado tan caliente, tan desesperada por sentirme viva en sus brazos, quizás ahora no estaría lidiando con este hueco en el pecho, con esta punzante certeza de haber sido una idiota.Me arrastré fuera de la cama, sintiendo el cuerpo pesado y el alma hecha trizas. La idea de ir a la oficina, de tener que cruzarme con Maximiliano, me daba náuseas. Cada célula de mi ser pedía a gritos escapar, huir lejos de esa atmósfera cargada de promesas rotas y de mi propia ingenuidad. Pero la realidad era que necesitaba ese sueldo, que mis cuentas no se pagarían solas. Así que, con el corazón encogido, me vestí para enfrentar otro día de mierda.El camino al
iba subiendo ese alto edificio, cuando el ascensor pitó con ese sonidito fastidioso justo cuando más nerviosa estaba. Agarré mi cartera de imitación de cuero como si fuera mi salvavidas mientras me ahogaba en mis miedos. Piso veintisiete. he llegado al mismísimo Monte Olimpo de Maximiliano Ferrer el Dios de los negocios. Su nombre sonaba tan importante en los correos que me había mandado su secretaria, como si fuera un dios griego o algo parecido. Ahora, ese nombre retumbaba en mi cabeza mientras las puertas del ascensor se abrían con un suspiro dramático. El aire aquí era otro nivel. Olía a perfume caro, de esos que seguro valen más que uno de mis alquileres del mes, y todo estaba en tal silencio que casi creí estar entrando en la escena de una película. La alfombra gris era tan suave que mis zapatos de batalla parecían flotar mientras caminaba hacia el escritorio de una Barbie humana vestida de punta en blanco. Cuando digo que es una Barbie humana es porque se parece mucho a una,
Respiré hondo antes de que mis nudillos golpearan la puerta de caoba. ¿En serio estaba a punto de convertirme en la asistente personal de un tipo que parecía sacado de una revista de negocios? Mi yo de hace una semana, la que se preocupaba por si llegaba a tiempo a las clases en la Central y por encontrar estacionamiento para el carro viejo de mi mamá, no se reconocería en esta situación surrealista. Entiéndeme, obviamente estudié para salir adelante y convertirme en una mujer exitosa, pero jamás me imaginé que se me presentaría está oportunidad al apenas graduarme.La voz grave al otro lado de la puerta me hizo enderezar los hombros.-Adelante- Dijo Maximiliano.Abrí la puerta con cuidado y entré. Maximiliano estaba sentado detrás de su escritorio, revisando unos papeles con una concentración que parecía impenetrable. Llevaba un traje impecable, de esos que gritan "soy rico y lo sé", y su cabello oscuro estaba peinado hacia atrás de una forma que lo hacía ver aún más… intenso. Levant