Dos años. Dos años, desde que la puerta de ese despacho se cerró tras de mí, llevándose consigo no solo un empleo, sino también una parte de mi alma que se había entrelazado con Maximiliano de una forma que nunca creí sucedería, se suponía que era solo sexo. Renuncié con la dignidad hecha pedazos y el corazón latiéndome salvajemente, un eco constante de su nombre. ¿Cómo había podido permitir que ese hombre... que ese sentimiento me consumiera hasta este punto?Mi primer refugio fue Valencia, la casa de mis papás. El olor familiar a las arepas de mamá y el regaño suave de papá por llegar tan tarde esa noche fueron un bálsamo tenue para mi alma herida. Me recibieron con abrazos silenciosos, intuyendo la tormenta pero respetando mi espacio.Los días en Valencia se deslizaron lentos, marcados por el tic-tac del reloj del comedor y las preguntas suaves y llenas de preocupación de mis padres.—Hija —me decía mamá una tarde, mientras me servía una taza de té de manzanilla—, estás muy calla
¿Andrés Ferrer? El nombre resonó en mi mente con mucha familiaridad mientras la amable señora Evans me presentaba a mi nuevo jefe. Ferrer... claro, era un apellido que había escuchado antes, inevitablemente ligado a... a él. Pero Andrés... ¿podría ser una coincidencia? En una ciudad tan inmensa como Nueva York, seguramente sí.La señora Evans, con su sonrisa profesional y su tarjeta de identificación brillante, me guio por las modernas oficinas de "Ferrer Global". Las paredes de cristal ofrecían vistas panorámicas que me dejaban sin aliento, un recordatorio constante de que mi vida había dado un giro radical. Intentaba absorber la información que me daba sobre la empresa, sobre mi rol como Directora de Proyectos, pero la insistente pregunta sobre el nombre de mi jefe seguía revoloteando en mi cabeza.Llegamos a una puerta con el nombre "Andrés Ferrer" grabado con elegancia. La señora Evans se detuvo, su sonrisa aún intacta.—Y aquí está su nuevo jefe, Clara. Señor Ferrer, le presento
Nueva York comenzó a sentirse menos como un escenario de película y más como mi hogar. El ritmo frenético seguía siendo un desafío, pero poco a poco aprendí a moverme en él, a encontrar mis lugares favoritos para tomar un café, a disfrutar de la inmensidad de Central Park en mis escasos momentos libres. El trabajo en Ferrer Global era demandante pero gratificante. El proyecto de expansión en Latinoamérica me absorbía por completo, y sentía que finalmente estaba utilizando mis habilidades y mi experiencia al máximo.Andrés se convirtió en un jefe excepcional. Confiaba en mi criterio, me daba autonomía y siempre estaba dispuesto a escuchar mis ideas. Desde el principio, hubo una cierta... cautela en su trato, una conciencia tácita de nuestro pasado compartido a través de Maximiliano. Sabía quién era yo, la asistente de su hermano en Caracas. Y también sabía... lo mucho que Maximiliano... bueno, que me había importado.Un día, mientras almorzábamos en el pequeño parque cerca de la oficin
Los meses en Nueva York se deslizaron con la rapidez del ritmo de la ciudad. Mi apartamento se llenó de mis cosas, mis rutinas se afianzaron y Ferrer Global se convirtió en algo más que un trabajo: era mi nuevo campo de batalla, donde luchaba por construir un futuro sólido y brillante. La amistad con Andrés florecía con una naturalidad sorprendente. Compartíamos confidencias, risas y el estrés propio de nuestros respectivos roles en la empresa.Una tarde, mientras revisábamos los avances del proyecto de expansión en Latinoamérica, Andrés hizo una pausa y tomó su teléfono.—Disculpa un segundo, Clara. Es mi madre.Asentí, concentrándome en los documentos frente a mí. Escuché fragmentos de su conversación: "Sí, mamá... todo bien por aquí... ¿Max?... sí, lo vi hace poco...". Mi atención se agudizó involuntariamente al escuchar el nombre.Andrés terminó la llamada con una sonrisa amable, aunque sus ojos reflejaban una ligera tensión.—Todo en orden. Mamá siempre se preocupa.Intenté actua
iba subiendo ese alto edificio, cuando el ascensor pitó con ese sonidito fastidioso justo cuando más nerviosa estaba. Agarré mi cartera de imitación de cuero como si fuera mi salvavidas mientras me ahogaba en mis miedos. Piso veintisiete. he llegado al mismísimo Monte Olimpo de Maximiliano Ferrer el Dios de los negocios. Su nombre sonaba tan importante en los correos que me había mandado su secretaria, como si fuera un dios griego o algo parecido. Ahora, ese nombre retumbaba en mi cabeza mientras las puertas del ascensor se abrían con un suspiro dramático. El aire aquí era otro nivel. Olía a perfume caro, de esos que seguro valen más que uno de mis alquileres del mes, y todo estaba en tal silencio que casi creí estar entrando en la escena de una película. La alfombra gris era tan suave que mis zapatos de batalla parecían flotar mientras caminaba hacia el escritorio de una Barbie humana vestida de punta en blanco. Cuando digo que es una Barbie humana es porque se parece mucho a una,
Respiré hondo antes de que mis nudillos golpearan la puerta de caoba. ¿En serio estaba a punto de convertirme en la asistente personal de un tipo que parecía sacado de una revista de negocios? Mi yo de hace una semana, la que se preocupaba por si llegaba a tiempo a las clases en la Central y por encontrar estacionamiento para el carro viejo de mi mamá, no se reconocería en esta situación surrealista. Entiéndeme, obviamente estudié para salir adelante y convertirme en una mujer exitosa, pero jamás me imaginé que se me presentaría está oportunidad al apenas graduarme.La voz grave al otro lado de la puerta me hizo enderezar los hombros.-Adelante- Dijo Maximiliano.Abrí la puerta con cuidado y entré. Maximiliano estaba sentado detrás de su escritorio, revisando unos papeles con una concentración que parecía impenetrable. Llevaba un traje impecable, de esos que gritan "soy rico y lo sé", y su cabello oscuro estaba peinado hacia atrás de una forma que lo hacía ver aún más… intenso. Levant
El grito de la chica me taladró los oídos. Se lanzó a los brazos de Maximiliano como si se le fuera la vida en ello, aferrándose con una desesperación que me dio cosita. -¡Maxi! ¡Mi bebé! ¡Tienes que hacer algo, por favor! - Su voz sonaba entrecortada, como si fuera a romperse en cualquier momento, y su cara, aunque joven, reflejaba una angustia terrible. Maximiliano la abrazó medio raro, como si no estuviera acostumbrado a ese tipo de contacto. Su cara de seriedad habitual se suavizó un poco, mostrando que de verdad estaba preocupado. -Tranquila, Sofía. Ya estoy aquí. ¿Qué pasó exactamente? - Su tono, aunque firme, tenía un algo suave que nunca le había escuchado. Sofía se separó un poco, con los ojos hinchados de tanto llorar y la cara llena de lágrimas. Me echó una miradita asqueada como diciendo "¿y esta quién es?". -Tuvieron complicaciones en el parto… Dicen que… que está súper delicado. - Se le quebró la voz otra vez. ¿Parto? ¿Bebé? ¿Maximiliano Ferrer… papá? ¡No puede ser
La imagen de Maximiliano arrodillado junto a Sofía y el bebé se me quedó grabada mientras salíamos de la clínica. Su rostro, por un instante, había perdido esa máscara de CEO intocable, mostrando una vulnerabilidad que me sorprendió. De vuelta en el carro, el silencio era espeso. Maximiliano parecía absorto en sus pensamientos, mirando fijamente por la ventana la noche oscura de Caracas. Yo, por mi parte, repasaba en mi cabeza todo el torbellino de mi primer día. ¡Vaya debut! De asistente recién graduada a testigo de un drama familiar de alto calibre en cuestión de horas. El chofer me dejó cerca de mi edificio. Agradecí en silencio no vivir en una de esas torres de cristal relucientes donde trabajaba. Mi edificio era más… normal. Un bloque de apartamentos de ladrillo visto, con luces cálidas en las ventanas y el murmullo familiar de la vida cotidiana. Subí las escaleras con el cansancio pegándose a mis huesos. Al llegar a mi puerta, saqué las llaves. Mi apartamento era mi santuario