La madrugada había traído una calma engañosa. La chimenea aún crepitaba, proyectando luces tenues en las paredes de la cabaña. Aitana e Iván permanecían en el suelo, cubiertos solo con una manta vieja que encontraron en el sofá. Sus cuerpos aún estaban entrelazados, pero sus mentes ya estaban en otro lugar: el peligro que aún los acechaba.
Aitana fue la primera en hablar.
—No podemos quedarnos aquí mucho tiempo. Si ellos sobrevivieron… nos buscarán.
Iván asintió, su mirada oscura fija en el techo de madera.
—No es un "si". Lo harán. Y no tardarán.
Aitana se incorporó, abrazándose las rodillas. La realidad volvía a instalarse entre ellos como un muro invisible.
—Necesitamos un plan.
Iván se frotó el rostro con ambas manos y se sentó frente a ella.
—Lo primero es conseguir transporte. No podemos seguir a pie. La cabaña debe tener algo… herramientas, llaves, lo que sea. Y si no, robaremos un coche en el pueblo más cercano.
Aitana arqueó una ceja.
—¿Robar?
Iván sonrió levemente.
—¿De verd