El aire en el túnel era denso y frío, con un leve olor a humedad y tierra vieja. Aitana sintió el eco de sus propias pisadas mientras avanzaban, su mano aún aferrada a la de Iván.No hablaron por varios minutos, escuchando solo su respiración y el goteo lejano del agua filtrándose por las paredes de piedra.Finalmente, Iván rompió el silencio.—Estamos a salvo, por ahora.Aitana soltó un suspiro que no sabía que estaba conteniendo y se dejó caer sobre una roca. Su cuerpo temblaba, aunque no estaba segura si era por el frío o por la adrenalina aún corriendo por sus venas.Iván se agachó frente a ella y le tomó el rostro con ambas manos.—¿Estás bien?Aitana asintió lentamente, pero sus ojos aún estaban dilatados.—Fue demasiado —susurró—. El fuego cruzado, las balas… pensé que nos matarían.Iván pasó un pulgar por su mejilla, en un gesto inesperadamente tierno.—Pero no lo hicieron. Estamos vivos.Aitana cerró los ojos y exhaló profundamente, tratando de calmar su corazón desbocado. Cu
El silencio que siguió a la confesión de Tomás era tan denso que se podía cortar con un cuchillo.Iván fue el primero en reaccionar.—Si tienes ese archivo, eres el hombre más buscado ahora mismo.Tomás asintió con una sonrisa amarga.—Lo sé. Por eso necesito su ayuda… y ustedes necesitan la mía.Aitana lo observó con recelo.—¿Cómo sabemos que no es una trampa?—Porque si fuera una trampa, ya estarían muertos —dijo él sin rodeos.Iván apretó la mandíbula. La situación era un infierno: si ese archivo era real, tenían algo mucho más grande entre manos. Podían intentar exponerlo, pero eso los convertiría en blancos inmediatos. Solo había una opción viable.—Negociemos.Aitana lo miró con sorpresa.—¿Negociar con quién?Iván suspiró, pasándose una mano por el rostro.—Con los que realmente tienen el poder.Tomás entendió al instante.—Con el gobierno.Aitana sintió un escalofrío.—¿Te refieres a los mismos que están involucrados en esta red?Iván la miró con gravedad.—Exactamente. Si ju
Las balas silbaban a su alrededor como una sinfonía de muerte. El salón del hotel, antes silencioso, ahora era un campo de batalla. Iván disparaba con precisión quirúrgica, cada ráfaga un intento de cortar el caos que Ortega había desatado. Aitana, agachada junto a un sillón volcado, recargaba su arma con manos temblorosas pero decididas. No era la misma joven inocente que llegó a la ciudad semanas atrás. La había tragado el abismo, y ahora devolvía fuego. —¡Cubierta! —gritó Iván. Aitana asintió, se levantó un segundo y disparó hacia los dos hombres que intentaban flanquearlos. Uno cayó. El otro retrocedió, herido. La puerta estalló de nuevo. Tomás entró como un torbellino, cubierto de sangre y polvo, con los ojos ardiendo de furia. —¡Hay más bajando por las escaleras! —alertó, lanzando un arma extra a Aitana. Ella la atrapó al vuelo. Iván miró a ambos. —Tenemos que movernos. Ahora. Ortega se había refugiado detrás de una pared falsa, protegido por dos hombres armados
La cabaña estaba en medio de la nada, oculta entre los árboles de un bosque que olía a humedad, tierra mojada y silencio. Era uno de los antiguos refugios de Iván, un sitio donde, por unas horas, el mundo parecía no existir.La lluvia golpeaba el techo de madera como un mantra. Aitana se sentó en la cama con una manta sobre los hombros, los dedos aún temblorosos por la adrenalina de la huida. Iván preparaba algo caliente en la pequeña cocina.—¿Cuánto tiempo tenemos? —preguntó ella.—Con suerte, unas horas —respondió él sin mirarla, pero su tono era suave, casi tierno—. Tomás llegará en cuanto se asegure de que no lo siguen.Aitana lo observó. Estaba herido, un corte en el brazo derecho sangraba lentamente. Pero él seguía en pie, fuerte, contenido. El mismo hombre que la había desarmado con una mirada… y ahora la protegía con la vida.—Ven, déjame ver eso.Iván no discutió. Se sentó a su lado mientras ella limpiaba la herida con cuidado. Él la observaba, con esa intensidad que siempre
La lluvia había cesado. Solo quedaban las gotas deslizándose por las ventanas y el eco lejano de truenos disipándose en el horizonte.Aitana terminaba de colocarse la camiseta de Iván cuando Natalia entró con una taza de café y la dejó sobre la mesa con más fuerza de la necesaria.—¿Dulce? —preguntó, sin mirarla realmente.—Ya tengo suficiente dulzura —respondió Aitana, sin sonreír.Natalia alzó una ceja, esa misma ceja que Iván levantaba cuando algo lo divertía, o lo ponía alerta.—Sabes, nunca imaginé que mi hermano terminaría arriesgándolo todo por una cara bonita.Aitana sostuvo la mirada. No era una batalla física, pero sí una guerra de silencios, de insinuaciones, de poder.—No soy solo una cara bonita —dijo, calmada—. Pregúntale tú misma.Natalia apretó los labios. Se acercó, despacio, como un felino midiendo a su rival.—¿Lo amas?La pregunta quedó suspendida, flotando entre las dos mujeres. Aitana no parpadeó.—Sí. ¿Y tú? ¿Lo sigues queriendo como una hermana… o como una sold
La noche era espesa como tinta. La cabaña quedó atrás, y el mundo se volvió un susurro de pasos, respiraciones contenidas y sombras en movimiento.Iván lideraba el grupo, seguido por Aitana y Natalia. Tomás aguardaba en el perímetro con el vehículo encendido y listo para huir. En sus muñecas, los tres llevaban pulsos de vibración: comunicación silenciosa. Una pulsación corta: alto. Dos rápidas: peligro. Tres prolongadas: ejecutar plan.El viejo taller mecánico se alzaba entre ruinas cubiertas de vegetación. Era un lugar olvidado, pero no inofensivo. Natalia abrió el portón oxidado con una palanca y los guió entre escombros.—Aquí —susurró, removiendo un panel metálico cubierto de tierra—. La entrada.Una trampilla circular y antigua se abrió con un chillido ahogado. Un olor a humedad y polvo viejo les golpeó de inmediato. Iván bajó primero. Luego Aitana. Natalia cerró tras ellos.El túnel era estrecho, de piedra y concreto rajado. Solo se escuchaban sus pasos, los latidos del corazón
El cuerpo de Aitana cayó como una ráfaga de viento. El túnel bajo sus pies se tragó todo el oxígeno y la gravedad la devoró. Golpes contra los muros, un zumbido agudo en los oídos, y finalmente… un impacto seco sobre algo mullido y cálido.Iván.—¡Iván! —jadeó ella, rodando sobre su costado, adolorida—. ¡Iván, despierta!Él soltó un gruñido bajo, inconsciente pero vivo. Aitana palpó su rostro, su pecho. Calor, piel… sangre.—Mierda, estás sangrando… —le susurró, angustiada.La oscuridad era casi absoluta, rota solo por un pequeño resplandor que venía de su reloj táctico. Activó la linterna y la dirigió al cuerpo de Iván. Una herida en su costado sangraba lento. No fatal, pero grave si no actuaba rápido.Aitana rasgó su propia camiseta y presionó la tela sobre la herida, haciendo un torniquete improvisado. Iván gimió al recuperar algo de conciencia.—Aitana… ¿estás…?—Estoy contigo. Nos tragó el maldito infierno, pero seguimos respirando. Ahora abre los ojos.Iván lo hizo. Sus pupilas
La oscuridad se cerró sobre Natalia segundos después de empujar a Aitana. El gas la envolvió rápido, entre ácido y narcóticos. Con lo que Luchó por mantener los ojos abiertos, pero fue inútil. Lo último que vio fue la sonrisa del hermano que creía muerto.Y luego… silencio.Despertó atada, pero viva. Sus muñecas estaban amarradas con correas frías de metal, los tobillos igual. Frente a ella, una sala amplia, revestida en madera y piedra, como una vieja oficina militar subterránea. Una chimenea encendida. Multitud de Libros. Fotografías. El aire olía a humo y cuero.Y ahí estaba él.Sentado en un sillón de respaldo alto, vestido con un traje gris, cruzando las piernas con elegancia. El hombre que una vez fue su superior. Su mentor. Quién le iba a decir que años después estarían enfrentados y apunto de destruirse el uno al otro.- Tu… - Dijo Natalia al padre de Iván.—Natalia… —dijo con voz suave, como si le hablara a una hija rebelde—. Qué decepción tan… predecible.Ella lo miró con as