El cuerpo de Aitana cayó como una ráfaga de viento. El túnel bajo sus pies se tragó todo el oxígeno y la gravedad la devoró. Golpes contra los muros, un zumbido agudo en los oídos, y finalmente… un impacto seco sobre algo mullido y cálido.
Iván.
—¡Iván! —jadeó ella, rodando sobre su costado, adolorida—. ¡Iván, despierta!
Él soltó un gruñido bajo, inconsciente pero vivo. Aitana palpó su rostro, su pecho. Calor, piel… sangre.
—Mierda, estás sangrando… —le susurró, angustiada.
La oscuridad era casi absoluta, rota solo por un pequeño resplandor que venía de su reloj táctico. Activó la linterna y la dirigió al cuerpo de Iván. Una herida en su costado sangraba lento. No fatal, pero grave si no actuaba rápido.
Aitana rasgó su propia camiseta y presionó la tela sobre la herida, haciendo un torniquete improvisado. Iván gimió al recuperar algo de conciencia.
—Aitana… ¿estás…?
—Estoy contigo. Nos tragó el maldito infierno, pero seguimos respirando. Ahora abre los ojos.
Iván lo hizo. Sus pupilas