Fiona
El eco prolongado de mis tacones finos reverberó en el extenso mármol pulido del ático, multiplicándose y extinguiéndose lentamente mientras cerraba la puerta pesada tras de mí, aislándome del mundo exterior. El sonido, nítido y resonante, acentuaba la sensación de vacío.
Todo permanecía meticulosamente en orden, inmaculado hasta la exasperación, y gélido al tacto... exactamente como yo lo había dejado antes de salir. La perfección impasible de este espacio reflejaba, en su fría exactitud, el estado de mi propio ser.
Con lentitud calculada, me despojé del abrigo de cachemira, sintiendo el suave peso del tejido deslizarse de mis hombros. Lo dejé caer con negligencia sobre el respaldo de una silla de diseño, sin prestarle mayor atención, mientras caminaba con paso firme hacia el impresionante ventanal que abarcaba toda una pared, extendiéndose del suelo al techo. A través del cristal, la ciudad se desplegaba en su grandeza nocturna, un vasto océano centelleante de luces temblorosa