Edward
Desperté aquella mañana con una profunda sensación de certeza, una convicción tranquila de que me encontraba exactamente en el lugar correcto, en el momento preciso. La luz, filtrándose suavemente a través de las cortinas de tejido intrincado, proyectaba un resplandor cálido y acogedor sobre la cama, ligeramente revuelta después de una noche de dulce intimidad con Grace. Mi cuerpo, aún adormecido, conservaba el placentero cansancio que solo deja una noche larga y compartida. Hacía tanto tiempo que no conseguía dormir tan profundamente, un sueño reparador que me envolvía por completo… Quizás las noches de insomnio en Nueva York, plagadas de preocupaciones y plazos imposibles, habían cobrado su precio. Quizás la presión constante del trabajo, las exigencias interminables y el estrés acumulado habían dificultado el descanso. O tal vez, simplemente, era porque aquí, en esta casa de campo, rodeado de la familiaridad de la tierra y el cariño de mi familia, volvía a sentirme humano. V