Grace
Edward jugueteaba con un mechón de mi cabello, enrollándolo y desenrollándolo entre sus dedos con una despreocupación estudiada. Pero sus ojos... sus ojos brillaban con esa chispa traviesa, esa advertencia luminosa que conocía tan bien. Era la señal inequívoca de que su mente tramaba algo, de que sus pensamientos bullían bajo la superficie, preparando una emboscada juguetona.
—Hablando de celos… —murmuró, las palabras apenas audibles, una corriente suave pero cargada de electricidad. Su voz era como una caricia baja y peligrosa, un roce deliberado que hacía vibrar cada nervio de mi cuerpo. Parecía deslizarse sobre mi piel, dejando un rastro de hormigueo y anticipación.
—¿Yo? —fingí la más pura de las inocencias, abriendo mucho los ojos y parpadeando exageradamente. Intenté darle a mi rostro una expresión de completa incomprensión, como si la idea de ser celosa fuera completamente ajena a mi naturaleza. Quería retrasar lo inevitable, saborear este pequeño juego antes de que me de