La noche no le ofreció descanso. Isabel apenas durmió, revolviéndose entre las sábanas como si su cuerpo también estuviera tratando de escapar de algo. Cada vez que cerraba los ojos, la imagen de la fotografía reaparecía: Theo, Javier y esa mujer de espaldas que no podía ver… pero que sentía dentro de sí.
Al amanecer, el cuarto se llenó de un azul pálido y frío. Se levantó sin pensarlo demasiado. El cuaderno con la carta y la foto seguía abierto sobre el escritorio, como una herida que no terminaba de cerrarse.
Isabel no sabía exactamente qué buscaba, pero sabía que no podía seguir ignorándolo. Tomó una ducha rápida, se puso ropa cómoda, y metió el cuaderno en su bolso. No quería más conversaciones ni promesas. Quería hechos.
Caminó por las calles empedradas del