La hoja del sobre seguía temblando sobre la mesa cuando Isabel se levantó de la cama. No lo abrió. Aún no. Algo dentro de ella le decía que esa verdad no debía ser forzada, sino escuchada en su debido momento. Como un eco que encuentra su propia voz.
Se duchó con agua tibia. Dejó que el vapor abriera sus poros y se llevara los restos del día anterior. Al vestirse, eligió prendas ligeras, como si presintiera que lo que iba a encontrar requería de ligereza, no de armadura.
Al bajar al vestíbulo del hotel, saludó a la recepcionista con una sonrisa leve y salió sin rumbo fijo. El sol del mediodía ya se filtraba entre las calles estrechas, tiñendo las paredes de un tono cálido que parecía antiguo. Caminó sin prisa, dejando que el paso la guiara. No buscaba nada en particular. Y sin embargo, algo la llamaba.
Giró por una calle que no recordaba haber recorrido antes, una donde las casas parecían dormidas, cubiertas de glicinas que colgaban como suspiros morados. El olor del jazmín y la mader