Mi presentación comenzó a las nueve en punto. Para entonces, tres ejecutivos más habían entrado a la sala: una mujer de unos cincuenta años con lentes de diseñador y un collar de perlas que parecía heredado, un hombre asiático de mediana edad con traje azul marino que tomaba notas en una tableta, y otro más joven, quizás treinta y tantos, que no dejaba de mirar a Ethan como si buscara señales de aprobación.
La luz de la mañana entraba por las ventanas, iluminando las motas de polvo que flotaban en el aire. Afuera, la ciudad despertaba: el tráfico comenzaba a congestionar las avenidas, la gente corría hacia oficinas, cada uno persiguiendo su propia versión del éxito. Ethan seguía en su teléfono. —La industria de microcréditos para pequeños negocios tiene un valor proyectado de… —comencé. —Cuarenta y dos mil millones para el próximo año fiscal —interrumpió Ethan sin levantar la vista—. Un crecimiento del diecisiete por ciento desde 2023. Ya conozco el mercado, señorita Chen. Dime algo que no sepa. Respiré profundo. El aire acondicionado seguía zumbando, indiferente a la tensión en la sala. —Lo que el mercado no tiene es una plataforma que conecte inversores locales directamente con negocios emergentes en sus propias comunidades, eliminando intermediarios y reduciendo las tasas de interés en un… —Treinta y dos por ciento según tus proyecciones —interrumpió nuevamente—. Basadas en una tasa de adopción del sesenta por ciento en el primer año. Optimista. —Realista —corregí—. Basado en estudios de comportamiento del consumidor en plataformas similares. —Plataformas que fracasaron. —Plataformas que fracasaron por falta de capital inicial y estrategias de marketing deficientes. No por falta de demanda. Finalmente levantó la vista. La ejecutiva de los lentes sonrió levemente, como si acabara de presenciar algo interesante. El hombre del traje azul siguió tomando notas. El joven continuaba observando a Ethan. —Continúa —dijo Ethan, y podría haber jurado que había un destello de algo en sus ojos. Curiosidad, tal vez. O el placer anticipado de desmantelar mi argumento. Durante los siguientes veinticinco minutos, presenté cada aspecto de mi propuesta. Mostré mockups de la aplicación que había diseñado trabajando hasta las tres de la mañana durante semanas. Presenté testimonios de dueños de pequeños negocios que habían aceptado participar en una fase piloto. Expliqué la estructura de costos, los márgenes de ganancia, las estrategias de escalamiento. Ethan me interrumpió catorce veces. Conté. Cada interrupción era una cuchilla quirúrgica buscando la debilidad en mi armadura. Cuestionó mis fuentes, desafió mis suposiciones, encontró agujeros en mi lógica que yo creía haber tapado. Y lo peor era que no lo hacía con hostilidad. Lo hacía con la misma naturalidad con la que alguien respira. Cuando terminé, el silencio en la sala era denso. La mujer de los lentes intercambió una mirada con el hombre del traje azul. El joven había dejado de mirar a Ethan y ahora me observaba a mí con algo parecido a la lástima. —Interesante —dijo Ethan, reclinándose en su silla. Llevaba una corbata azul oscuro con un alfiler discreto que capturaba la luz de cierta manera—. Ingenua en varios aspectos, optimista hasta el punto de la fantasía en otros, pero… interesante. Se puso de pie, y todos los demás lo imitamos como si estuviera orquestado. —Tengo otros tres proyectos esperando revisión hoy —dijo, abotonando su saco con un movimiento practicado—. Todos de emprendedores con trayectorias más establecidas. Mi corazón se hundió, pero mantuve mi expresión neutral. Había aprendido hace mucho tiempo a no mostrar derrota hasta que era absolutamente inevitable. Ethan caminó hacia la ventana, sus manos en los bolsillos, observando la ciudad abajo. Desde esa altura, los autos parecían juguetes, la gente meras hormigas cumpliendo sus rutinas. Me pregunté si así veía todo desde su perspectiva. —Sin embargo —dijo, sin voltear—, hay algo en tu propuesta que no puedo descifrar completamente. Y las cosas que no puedo descifrar usualmente merecen una segunda mirada. Se giró, y la luz de la ventana creaba un halo alrededor de su silueta, haciendo imposible ver su expresión claramente. —Tres meses. Período de prueba. Trabajarás directamente bajo mi supervisión. Si para el final del trimestre no has demostrado que esto puede generar retornos reales, termino el proyecto. —¿Directamente bajo tu supervisión? —repetí, y odié cómo mi voz sonó incierta. —¿Es un problema? —preguntó, y había algo en su tono que sugería que esperaba que lo fuera. La mujer de los lentes me miró con una expresión que no pude descifrar. El hombre del traje azul guardó su tableta con movimientos deliberados. El joven finalmente me miró directamente, y vi advertencia en sus ojos. —No es un problema —dije. —Bien. Margot te enviará los detalles del contrato y la logística. Empiezas el lunes. Siete de la mañana —hizo una pausa—. Y señorita Chen, espero que seas mejor bajo presión de lo que fuiste en esta presentación. Porque donde vas, la presión es lo único constante. Salió de la sala con la misma presencia con la que había entrado, dejando un vacío que todos sentimos. La mujer de los lentes se acercó a mí. —Rebecca Thornton, CFO —se presentó, su apretón era firme, el de alguien que había luchado por su lugar en salas dominadas por hombres—. Un consejo: Ethan no da segundas oportunidades a menos que vea algo que valga la pena. El hecho de que te haya dado una dice más de lo que admitirá. —Gracias —dije, no segura de si era un consuelo o una advertencia. —No me agradezcas todavía —dijo, ajustándose los lentes—. Los próximos tres meses definirán tu carrera. Para bien o para mal.