El metro estaba lleno en mi camino a casa, cuerpos apretados contra cuerpos en el calor sofocante de la tarde. El aire acondicionado luchaba contra el calor de demasiada gente en demasiado poco espacio. Olía a perfume mezclado con sudor, a café derramado en algún momento del día, a la ciudad en su forma más cruda.
Me aferré a la barra mientras el vagón se sacudía, mi mente todavía en esa oficina, en la forma en que Ethan me había mirado. Como si estuviera tratando de resolver un acertijo que no había esperado encontrar. Como si yo fuera algo más que otro proyecto en su escritorio.
Era peligroso, ese tipo de atención. Lo sabía. Había visto cómo terminaban estas historias: la empleada que confunde interés profesional con algo personal, que lee demasiado en miradas que duran un segundo extra. Que se convence de que es especial cuando en realidad solo es conveniente.
No iba a ser esa persona.
Mi apartamento estaba en el cuarto piso de un edificio sin elevador en un barrio que los a