El pasillo de regreso a mi oficina se sentía diferente. Más ligero, tal vez. O quizás era yo la que se sentía diferente después de esa conversación.
Cuando llegué a la sala de conferencias, los tres seguían ahí. Maya había agregado más diagramas a la pizarra, esta vez con notas en los márgenes sobre flujos de usuario alternativos. Aaron tecleaba furiosamente, su rostro iluminado por la pantalla de su laptop. James tenía tres hojas de cálculo abiertas, sus ojos moviéndose entre números con esa concentración intensa que ya reconocía como su modo de trabajo.
Levantaron la vista cuando entré.
—¿Sigues viva? —preguntó Aaron, intentando sonar casual pero con genuina preocupación en sus ojos.
—Sigo viva —confirmé, dejándome caer en mi silla—. Y todavía tengo trabajo. Así que diría que fue bien.
—¿Te gritó? —Maya dejó su marcador—. Porque Ethan normalmente no grita, pero cuando lo hace, es… memorable.
—No gritó. Fue peor. Fue… razonable.
Los tres me miraron como si hubiera dicho