La carta de Ian llevaba semanas guardada en el cajón del escritorio de Darian. Cada vez que él la leía, Elena notaba cómo se tensaban sus hombros y cómo su respiración cambiaba. No discutían de ello, pero ambos sabían que la respuesta no podía posponerse por más tiempo.
Una mañana, Darian cerró el cajón con un golpe seco.
—Mañana parto —anunció.
Elena dejó la jarra de café sobre la mesa.
—¿Solo?
—No. Contigo. Y con Rurik. Si voy solo, Ian buscará una excusa para venir aquí. No voy a permitir que pise Luna Blanca.
Rurik, que los escuchaba desde la puerta, asintió.
—Voy con ustedes. Ian no es tonto, pero sí impulsivo. Si ve que vienes acompañado, será más cuidadoso.
Elena aceptó sin discutir. Sabía que ese encuentro era inevitable.
***
El viaje transcurrió con el silencio que solo se da entre personas que ya han dicho todo lo que necesitaban decir. Elena mantenía una mano sobre la pierna de Darian, sintiendo su tensión constante. Rurik seguía la camioneta desde su moto.
En cuanto cruzar