Capítulo 24

El amanecer previo a la ceremonia llegó con un aire distinto. El claro del bosque, aquel donde las ceremonias más sagradas de la manada habían tenido lugar por generaciones, estaba decorado con antorchas, ramas de roble y símbolos antiguos tallados en piedra. Miriam, con la paciencia que solo una madre podía tener, se dedicó junto a Elena a revisar cada detalle: las ofrendas, el cáliz de oro con inscripciones antiguas, las túnicas que debían portar, y hasta la mesa de piedra que sería el altar de la unión. Elena, aunque nerviosa, ponía empeño en cada cosa. Había pasado noches sin dormir repasando cómo se haría, cómo se vería, cómo debía comportarse frente a toda la manada. Sabía que no era solo una unión, era una prueba.

Los días previos fueron intensos. Miriam no dejaba que Elena cayera en su inseguridad. La guiaba en la preparación de las hierbas que purificarían el aire, en los cantos antiguos que se entonarían para invocar la bendición de la luna, y en los pasos de la ceremonia. L
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