El regreso de Darian a la aldea no había pasado desapercibido. Desde que puso un pie en el territorio de la manada Luna Negra, cada movimiento suyo era observado con respeto, curiosidad y, en algunos casos, desconfianza. Aunque había dejado de ocupar el puesto de líder, seguía siendo un rey licántropo de sangre pura, y su sola presencia bastaba para remover viejas lealtades y despertar la reverencia de quienes lo conocían.
Miriam había recibido a la pareja con la calidez de una madre, pero también con la cautela de una mujer que comprendía la importancia de las tradiciones. El descubrimiento de que Elena era mestiza había dejado un peso silencioso en la sala, y Darian, consciente de que no podía evadir ese tema mucho tiempo, tomó una decisión.
—Debo ir al salón del consejo —anunció después de un rato, su voz firme, cargada de esa determinación que lo caracterizaba—. Necesito pedir audiencia.
Miriam frunció el ceño.
—¿Tan pronto? Apenas has regresado, hijo.
Darian la miró con seriedad.