Nunca imaginé que mi vida terminaría así.
Nunca creí que aquello que comenzó como un trato frío —un engaño, un contrato, una obligación— pudiera transformarse en el mayor regalo que la vida me daría.
Si alguien me hubiera dicho que al firmar ese contrato descubriría quién era realmente, le habría dicho que estaba loco.
Si me hubieran dicho que ese empresario arrogante, serio, inaccesible…
se convertiría en mi hogar, en mi mundo entero…
les habría lanzado una carcajada incrédula.
Y sin embargo, aquí estoy.
Meses después.
Años después.
Con mis hijos jugando en el jardín.
Con una manada que me ama.
Con un esposo que daría la vida por mí.
Con hermanos que la diosa me regaló cuando más los necesitaba.
Y con una verdad que todavía a veces me cuesta aceptar:
Soy una loba blanca.
Mestiza.