Capítulo 4

Andrei

Época actual

Las suaves manos de Elise acariciaron mi rostro después de terminar su trabajo. Al soltarme y pararse detrás de mí, me miré en el enorme espejo que teníamos delante y sonreí. Ella lo hacía mejor que nadie; había valido la pena hacerme un desastre en el rostro para esto.

—¿Cómo lo hice? —preguntó nerviosa.

—Es perfecto, como siempre.

—¿Lo hice mejor que ella?

—Por supuesto. Todo lo haces mejor que ella.

Elise se sonrojó y desvió la mirada. Era la primera vez que le decía algo así, y me alegró ver que la había afectado. Tal vez, solo tal vez, consideraría no medicarla.

Giré en el taburete y la tomé por la cintura. Enterré mi rostro entre sus grandes pechos, que ahora estaban marcados por mis dientes otra vez. Por fin estaba en casa, recuperando la paz previa a esos horribles días en que tuve que llevar a Sonia de viaje y verla escoger un vestido de novia.

—¿Cómo fue todo? —me preguntó—. No me refiero a los preparativos, sino a…

—Bien, logramos controlar a Russo —murmuré mientras le pellizcaba un pezón, del cual soltó una gota de leche.

—¿Inhumación o exhumación? —bromeó.

Ignoré su pregunta y llevé a mi boca esa pequeña gota de mi líquido vital. Ningún plato servido en Francia podía compararse con esto. No importaba cuánto tiempo pasara, Elise y todo lo que saliera de ella seguían siendo mi manjar preferido. Y dentro de algunos meses, por fin podría volver a comer su placenta. Esperaba que tuviéramos tanta suerte como con Alistair y que quedara embarazada a la primera.

—Bueno, me imagino que ninguna de las dos. ¿Qué parte del cuerpo les enviaste a sus familiares?

—No pienses en eso, ¿qué te he dicho? No es momento —murmuré—. ¿Tengo que medicarte para que me hagas caso?

—No —negó con la cabeza, quitándose la camisa para desnudarse por completo—. Solo quería conversar, eso es todo.

—Háblame de ti, de nuestro hijo. Eso es lo más importante.

—Te extrañamos mucho —contestó—. Es todo lo que puedo decirte por ahora.

Elise se sentó a horcajadas sobre mí y la penetré, haciéndola gemir suavemente. Su estrecho sexo me envolvió con su calor de inmediato.

—Y yo a ustedes —le susurré al oído—. No los volveré a dejar tanto tiempo.

Ella asintió, pareciendo contenta con esa idea.

Levanté mis manos hacia su perfecto rostro. Mi esposa me miraba con los ojos vidriosos y la boca abierta, entregada al placer. Cualquier idea de que me engañara en su retorcida cabeza se esfumó. Elise estaba conmigo, aunque me odiara por esconderla.

—Solo míos —murmuré, mordiendo su hombro—. Solo mía, Elise.

No me respondió, pero el gemir mi nombre me lo dijo todo.

Me levanté de la silla y noté que su peso había disminuido un poco. Aunque nunca había sido muy pesada, era capaz de percibir cualquier variación. No la castigaría por no alimentarse bien; seguramente era porque me extrañaba y se sentía inútil sin mí.

—Comerás mejor ahora, no te preocupes.

La lancé sobre la cama. Sus pechos rebotaron, causándole dolor. En ese instante, admiré sus curvas, sus gruesos muslos, y me relamí los labios. «Deliciosa», pensé como siempre. Su cuerpo era un fenómeno de circo, pero tan perfecto que solo quería tenerlo para mí.

Me incliné hacia ella y acaricié sus piernas. Su piel estaba bien hidratada y suave como nada en la tierra. Quería arrancársela para cubrirme con ella, pero si hacía eso, la extrañaría mucho. Después de todo, lo que más necesitaba era su compañía, su calor y su vida.

—Andrei, tenemos que darnos prisa —dijo jadeando—. Él nos extraña.

Aunque no me gustaba que me apuraran en el sexo, asentí y volví a penetrarla. Elise subió ambas manos y se aferró a la cabecera de la cama. Sus gemidos eran escandalosos, pues en esta posición podía acceder a su punto de mayor placer. Sin embargo, para lograrlo, tuve que sacrificar mi adicción a hundir mi rostro entre sus pechos; la separación entre ellos no lo permitía.

Elise lanzó un grito y finalmente alcanzó un orgasmo, al que le siguió otro más corto, en el que eyaculé sin reparo alguno. Al igual que hacía un rato, sentí que mi cuerpo era arrastrado por violentas olas que hacían lo que querían conmigo. No sabía dónde estaba el norte ni el sur, y no me importaba; solo quería nadar en estas aguas que sabían a ella.

Al reaccionar, la besé dulcemente y ella me correspondió. Todo era tan perfecto, ¿por qué terminar con esto? ¿Por qué revelarle nuestro matrimonio legal y religioso? No podía arriesgarme a que me exigiera salir al mundo. Mis planes seguirían adelante, pasara lo que pasara.

—Ve a ducharte, sé que quieres relajarte un poco —le dije para ponerla a prueba—. Yo me encargo de nuestro hijo.

—No, iré contigo —contestó—. Podemos ducharnos juntos más tarde.

Mi cuerpo alcanzó por fin el éxtasis total. Todo estaba bien; nada había cambiado en las últimas dos semanas.

Por fin estaba donde quería estar.

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