A pesar de la oscuridad, supo que era él. Era la silueta ancha y tensa de Erick. Sus ojos grises, normalmente fríos, ardían con furia, y la pistola que sostenía parecía a punto de volver a ser usada.
El hombre no perdió el tiempo en palabras. Se acercó rápidamente, ignorando a los hombres caídos, y la levantó en brazos con una delicadeza que contrastaba enormemente con la fiereza que debería demostrar un hombre que acababa de salir de un tiroteo.
—Estamos saliendo de aquí —indicó a alguien por un aparato en su oído.
No pudo hacer otra cosa que aferrarse a su cuello, mientras la sangre de su rostro seguía corriendo, pero el dolor parecía secundario ante la ola de alivio y seguridad que la inundó.
Él la cargó por el caos del almacén y la llevó directamente al hospital.
Cuando despertó con la sensación de un peso reconfortante en su mano, pensó que a su lado estaría él. Pero no.
Sus ojos se abrieron para ver una habitación blanca, llena de monitores y el olor familiar del antisépt