Para Verónica, tratar de actuar como si nada hubiera pasado no era fácil. Lo estaba intentando. Realmente lo estaba haciendo. Atendía a su hijo con normalidad. Estudiaba. Se ocupaba de la casa. Sin embargo, de cierta forma, las cosas eran diferentes. Cada noche, cuando se quedaba sola, escuchaba una voz en su cabeza que le repetía lo fácil que era caer, lo simple que era perderlo todo otra vez.
Y aquello era un tormento.
Estaba segura de que no se repetiría, pero aun así el miedo estaba allí.
Y no parecía ser la única con ese miedo.
Por lo general, sentía la mirada de Rodrigo todo el tiempo. Algunas veces su mirada le daba seguridad… y otras veces la asfixiaba.
Hasta que una noche, mientras Matías dormía en su cuna y la niñera se había retirado temprano, se encontró con el hombre sentado en el sofá, con los codos apoyados en las rodillas, mirándola.
—¿Qué miras? —explotó entonces.
—A ti —su respuesta llegó rápido.
—Pues deja de hacerlo —frunció el ceño, queriendo romper esa tensión qu