No meditó tanto ese “sí”. No necesitaba hacerlo. Con aquel hombre era con quien deseaba compartir su vida, así que un mes después se celebró la boda. Fue sencilla. Como quería.
No era una mujer de extravagancias, por esa razón en la iglesia no había flores colgando del techo, ni mucho menos más de veinte invitados.
Eligió algo simple: un vestido blanco sin encaje ni velo. Le quedaba hermoso, no solo por su costoso diseño, sino porque por fin se notaba tranquila, libre. Había cicatrices, sí. Pero ya no dolían como antes. Y Rodrigo, de pie a su lado, con ese traje oscuro que parecía haber sido hecho para él, la miraba como si el universo entero se redujera únicamente a ella.
¿Cómo no sentirse especial con un hombre como él?
—Estás hermosa —le susurró antes de que comenzara la ceremonia.
—Estás obligado a decir eso —lo miró de reojo y soltó una risita nerviosa—. Ya es muy tarde para arrepentirte.
—No me voy a arrepentir. Nunca —y aunque su tono fue seco, sus ojos no mintieron.
De su fam