Verónica no contestaba y ya había llamado catorce veces.
No era normal.
No podía ser normal.
Verónica nunca llegaba tan tarde. Mucho menos sin avisar.
—Contesta… —susurró contra la pantalla, mientras marcaba una vez más. Pero nada, de nuevo fue el buzón de voz.
En la mañana, condujo como un loco hasta la universidad.
—¿Verónica Muñoz? —preguntó, con la mandíbula apretada, deseando matar a alguien, deseando obtener explicaciones sobre su paradero. Acababa de vivir la peor noche de su vida y no aguantaba un segundo más sin saber de ella—. Mi esposa. No ha regresado desde ayer. Exijo saber si estuvo aquí.
—Señor Rodrigo… lamento informarle que la señorita Muñoz fue retirada ayer del campus tras un lamentable incidente —le informó el rector. Un tipo canoso y de aspecto cansado.
—¿Qué incidente? —dio un paso hacia él.
—Fue encontrada en el baño del ala norte… en estado inconveniente. Bajo los efectos de… una sustancia.
—Eso es mentira —escupió, cerrando el puño—. No se atreva a