El llanto del pequeño Matías la despertó. Se estiró con calma, sintiendo que todo su cuerpo dolía de una manera deliciosa. El recordatorio de lo que había hecho estaba presente en cada uno de sus músculos adoloridos.
Luego de atender a su hijo, salió de la habitación y se encontró con el sofá hundido y algunos cojines tirados. Otra prueba de que lo que había pasado entre los dos no había sido producto de su imaginación.
«Fue solo sexo. No fue nada», se dijo. No sabía por qué, pero necesitaba mantener esto lejos de las complicaciones que involucrar sentimientos significaba.
Pensó que, luego de lo sucedido ese fin de semana, él no aparecería, pero se equivocó. Entró al mediodía como siempre: tranquilo, sin avisar, como si llevara años cruzando la puerta de entrada.
—¿Dormiste bien? —preguntó con normalidad.
—Sí —mintió.
Nadie dijo nada más. Ella se concentró en su hijo para evitar el contacto visual.
Rodrigo se quedó de pie, observándolos, con las manos en los bolsillos.
—Necesito revis