—Juraría que sabías perfectamente que iba a venir —dijo con simpleza, como si en el fondo supiera cuáles eran sus intenciones a meter a toda esta gente.
Los demás parecieron notar la tensión que se estaba formando entre ambos porque, poco a poco, fueron despidiéndose. Cuando el último cerró la puerta, el silencio en el departamento se volvió insoportable.
El hombre no hablaba. Solo la miraba. Y Verónica… lo disfrutaba como nunca.
—¿Te molesta que me ría con otros hombres? —preguntó con fingida inocencia. Ya le había dicho que sí.
—No me molesta —y eso era una clara mentira, tan evidente que la hizo sonreír.
—¿Entonces por qué esa cara?
—Porque tú sabes lo que haces —avanzó hacia ella con pasos lentos. Sus ojos se habían puesto oscuros y peligrosos.
—¿Y qué hago? —sonrió, cruzándose de brazos, como si no supiera de qué estaba hablando, aunque sí que lo sabía. Esa había sido su intención, provocarle celos, sacudirlo. Necesitaba que hiciera algo ya. No soportaba esto un día más.
Rodrigo