Habían pasado tan solo dos días. Aún convaleciente y sin salir del hospital, Enzo no soltaba su teléfono celular. Valeria estaba a punto de reprenderlo cuando el hombre dijo con satisfacción:
—Ya comenzó.
—¿Qué cosa?
—La investigación fiscal anónima —dijo, con tono irónico—. A partir de esta semana, Javier Russo tendrá que justificar hasta el azúcar de sus oficinas.
Valeria no dijo nada. Sabía que aquel hombre era todo un estratega, había sido criado para eso. Ella lo sabía. No era un hombre impulsivo… era peor. Era un hombre que se tomaba el tiempo de planear sus jugadas.
—¿Qué más tienes pensado? —de pronto le entró la curiosidad de conocer sus alcances.
—Voy a tocar a sus socios —contó con entusiasmo, muy pocas cosas provocaban en él ese tipo de expresión—. Voy a sacarlos uno por uno. Convencerlos, comprarlos, o destruirlos si es necesario. El imperio de Javier Russo va a caer, y cuando lo haga… le pondré mi nombre a sus ruinas.
—Solo prométeme algo —se acercó ella, tomando su ma