La cena ya había quedado atrás. Habían ido a una pequeña pizzería cerca del parque y las niñas venían con los rostros llenos de salsa, riendo por cualquier cosa. Las había bañado, puesto sus pijamas y ya estaban todas listas para ver una película cuando, de repente, sonó el timbre. No lo esperaba.
¿Quién más podría ser, si no era…?
No, tenía que ser él.
Miró por la mirilla y entonces lo confirmó. Su corazón se aceleró de inmediato.
Se suponía que le había dicho a Enzo que no viniera, pero aquí estaba.
Abrió con algo de duda.
—Te dije que no…
—Quise venir de todos modos —dijo él con media sonrisa, y sin esperar invitación, entró. Su sola presencia ocupaba el espacio de una forma que a veces la desarmaba sin querer. Más ahora que tenía los pensamientos tan revueltos.
Iba a decirle que por hoy no hacía falta, que todo estaba bien, que las niñas ya estaban en modo descanso… pero cuando quiso hablar, él se acercó, pegando sus labios a su oído. Su voz fue baja, íntima, un susurro que la hiz