Enzo no necesitó pensarlo demasiado para saber que Javier se encontraba en el club Cresta; allí solía reunirse con muchos socios y hombres de negocios.
Justo como lo imaginó, estaba en el lugar, deleitándose con una copa o, al menos, eso fue lo que le pareció, porque se movía con gracia, levantando la mano con fingida delicadeza y llevándose la bebida a los labios como lo haría un aristócrata.
Cualquiera que lo mirara desde su posición pensaría que era un hombre íntegro y no la basura que muy bien sabía que era.
Caminó los pasos que los separaban sin ser detectado.
—Enzo —saludó uno de sus acompañantes, reconociéndolo cuando estuvo lo suficientemente cerca.
Ante la mención de su nombre, Javier giró el cuello cual búho. Se puso en alerta. Algo debió notar en su expresión, porque inmediatamente dejó la copa en la mesa.
—¡Qué milagro tenerte por aquí! —soltó con ironía—. Pensé que estabas demasiado ocupado en las faldas de esa mujerzuela…
Y eso fue suficiente para que la ira se avi