La nueva oficina presidencial era amplia, elegante, silenciosa. Demasiado silenciosa. Valeria revisaba algunos papeles cuando escuchó unos golpes en la puerta.
—Adelante —dijo sin levantar la mirada, esperando que fuera Rodrigo o quizás la secretaria.
Sin embargo, nada era lo que creía. Se trataba de Olivia.
Quiso bufar de mera frustración, pero en su lugar trató de contener la repulsión que le provocaba su sola presencia.
¿Por qué, de todas las personas, tenía que ser ella?
La mujer entró con ese aire arrogante, ese mismo aire que deseaba aplastar y desaparecer de su mirada altanera. Iba impecable, como siempre: un traje de dos piezas en tonos beige, un bolso de diseñador y ese perfume costoso que siempre le provocaba arcadas.
—¿A qué debo la visita? —preguntó sin molestarse en disimular su incomodidad.
—No seas así, querida. Al fin y al cabo, seguimos siendo familia —decía aquellas palabras, sin embargo, era demasiado obvio que ni ella misma se las creía. Se sentó enton