Cuando Enzo llegó al hospital, Eloísa ya había sido intervenida por el personal médico. La herida en su muñeca no había sido profunda, pero había perdido mucha sangre.
La mujer, con los ojos rojos por el llanto, le informó con voz temblorosa:
—El niño está bien.
Enzo estuvo a punto de replicar y decirle que desistiera ya con eso. Ambos sabían que no había ningún bebé y, de haberlo, no podía ser suyo.
—Eloísa…
—Nunca quise hacerle daño a él —llevó una mano a su vientre, acariciándolo con ternura, como lo haría una madre que espera su regalo más deseado—. Es nuestro hijo. Lo amo, pero… no soporto más que me trates así.
—Necesitas ayuda —fue lo único que dijo, intentando no sonar despectivo.
—Tu padre está aquí —informó Olivia, apareciendo en la puerta con el rostro pálido.
Javier Russo entró en la habitación con una mirada severa. El rostro contraído por la ira.
Enzo se hizo a un lado, imaginando que el hombre saludaría a su hija luego de lo sucedido, pero no, se le vino encim