El resto del viaje, Valeria se mostró abstraída en sus pensamientos. Demasiado turbada como para decir algo, demasiado sorprendida.
—Llegamos —anunció Enzo en un momento determinado y entonces recién se percató del sitio en el que acababan de estacionarse.
Se trataba de un callejón estrecho y concurrido, donde había varios edificios con fachadas desgastadas. Ropa tendida en cables, personas sentadas con cervezas en la mano, el cableado eléctrico colgando de los postes de luz.
Era simplemente un sitio desolado y feo.
—¿Qué hacemos aquí? —preguntó, sintiendo una extraña opresión en el pecho.
—Querías conocer el secreto de tu hermana, ¿no es así?
—Dudo que algo sobre este lugar tenga que ver con ella.
—Bajemos —no la contradijo ni mucho menos. No tenía esa intención. La cruda realidad le daría las respuestas que necesitaba.
—Enzo, no me gusta este lugar —se quejó a medida que iban avanzando y hombres de aspecto deplorable comenzaban a merodear.
—Vamos —la tomó de la mano, tratando de in