Cuando Valeria fue a recoger a las niñas a la escuela, seguía sintiéndose bastante alterada. Sin embargo, trató de serenarse. Respiró profundamente varias veces y luego de dibujar su mejor sonrisa, hizo notar su presencia en el salón de sus hijas.
La maestra, al verla, acudió rápidamente.
—Señora Valeria, un gusto —le saludó con entusiasmo. Para ese momento, las niñas ya la habían visto también y se apresuraban a tomar sus mochilas para correr en su dirección—. Las niñas son todo un encanto —le halagó la maestra—. Muy obedientes. Ha hecho usted un buen trabajo.
—Gracias.
Las trillizas llegaron hasta ella y la abrazaron. Valeria rápidamente se agachó para estar a la altura de sus pequeñas, besándoles la frente y acariciándoles el cabello con ternura.
—¿Y cómo se portaron hoy? —les preguntó con una vocecita dócil y maternal.
—¡Bien, mami! —dijeron ellas al unísono. Y le parecieron tan adorables.
—¡Las amo tanto, mis niñas! —de pronto sintió ganas de llorar.
Valeria rápidamente se r