A simple vista parecía que Enzo estaba ganando, de nuevo, como en el pasado.
Sin embargo, esta vez Valeria no estaba del todo desamparada.
A su mente acudió aquella conversación que había mantenido con el señor Ernesto:
“Hay algo que quiero dejarle a las niñas”, le había dicho él por correo electrónico cuando se había establecido finalmente en Australia.
“Claro, señor Ernesto. Lo que sea se los entregaré”, respondió a los pocos segundos. Siempre tenían una hora fija para tener este tipo de conversaciones.
“No te voy a mentir, Valeria. Me está costando bastante controlar a Enzo. Han pasado solo dos años, pero no es ni la sombra de lo que era antes. Temo que en cualquier momento dé con ustedes…”
Una sensación de escalofríos le provocó leer aquello.
“Señor Ernesto, ¿usted cree que él pueda saber dónde estamos?”
“No, no lo sabe. Al menos no aún”, la respuesta no tardó en llegar, tranquilizándole solo un poco. “Pero conozco a mi hijo. Sé que lo descubrirá tarde o temprano”.
“¿Entonces