Valeria se miró al espejo por tercera vez en menos de diez minutos. No era como si quisiera impresionar a alguien, pero después de tres años dedicada completamente a sus hijas, sin salir más allá de lo indispensable, ponerse un vestido de fiesta que le quedaba tan ajustado, se sentía casi como un acontecimiento histórico.
La niñera, una chica dulce llamada Camila, ya estaba en casa, revisando la lista que le había dejado pegada en la nevera con la rutina de las trillizas: cena, baño, cuento y cama. Todo estaba escrito a gran detalle por su puño y letra. Y no le importaba si le llamaban exagerada, era una mamá que recién dejaría solas a sus hijas por primera vez.
—Puede estar tranquila. Las niñas estarán bien —dijo la joven con una sonrisa tranquilizadora cuando salió de la habitación. En parte era como si supiera que se estaba cuestionando por enésima vez el hecho de si debería salir o no.
«¿Debería hacerlo?», se preguntó otra vez.
Su corazón le decía que no, pero su mente, por otro