Las lágrimas de Valeria mojaban el piso, mientras caminaba apresuradamente a su refugio seguro. Su habitación. El único lugar donde podía estar en paz, aunque fuera por unos minutos.
Se dejó caer sobre la cama, sin siquiera encender la luz. Las lágrimas siguieron bajando mientras abrazaba su vientre.
«¿Qué hago aquí?», pensó. Ese pensamiento se repetía mucho últimamente.
Pero no tuvo tiempo de hundirse más en su desdicha. La puerta de la habitación se abrió de golpe, revelando la figura alta de Enzo.
¡Maldición! ¿Acaso no podía dejarla en paz?
—¿Se puede saber qué demonios fue eso, Valeria? —cerró la puerta con un portazo.
Rápidamente, se incorporó con dificultad. Tenía los ojos enrojecidos, pero no le bajó la mirada.
—¿Qué fue qué? —lo encaró con valentía. Si alguien tenía derecho a reclamar, esa era ella, no él.
—Irte así —soltó iracundo—. ¡Me dejaste en ridículo frente a todos los inversionistas! ¿Tienes idea de cómo afecta eso a mi imagen? ¿La imagen de la empresa?
—¿Tu image