Damián
Esa mañana me levanté profundamente estresado. Casi no podía dormir, pensando en el plan y también dándome cuenta de que no iba a poder despedirme de Julieta como deseaba. Recordé el beso, como nos tocamos y mi lobo aullaba.
—Esto lo hacemos por ella —le dije a Ronan, ya maldecía y me decía palabrotas que prefiero no repetir. El camino transcurrió sin incidentes, excepto por las miradas y sonrisitas que compartían Eva y Octavio.
—Basta compórtate—le decía a través del vínculo, y él parecía encantado con mi malestar.
—Solo tienes envidia porque yo estoy haciendo avances con la mujer que deseo. Tú también podrías hacerlo si te sinceras con tu mate —respondía él. Yo gruñía. Como si fuera tan fácil.
—Atentos, estamos entrando en tierra de nadie —anunció Ágata.
Habíamos dejado a varios de los guerreros atrás, que se quedarían atentos al camino. No sé si solo yo lo sentía, pero mi malestar aumentaba cada vez que nos acercábamos, como si una maldad estuviera cerca de esta manada. Hab