Nora
No sabía cuánto tiempo había pasado flotando en ese lugar que no era ni vida ni muerte. Era como si estuviera suspendida en un sueño espeso, atrapada entre dos aguas imposibles de separar. Mi cuerpo no pesaba. Mi mente tampoco. Todo era un murmullo lejano, un eco que iba y venía sin terminar de tomar forma.
En mi mente se repetía aquel último momento antes de perder la conciencia: la mirada de Petra, esos ojos furiosos, sus gritos, las piedras flotando sobre nosotros, cayendo hacia atrás, hacia la ciudad. Fabrizio herido en el suelo, gritando mi nombre. Mi hermano pidiéndome que no lo hiciera. La espada que él me regaló en mi mano, firme, como si tuviera vida propia, yendo directo a la mano de Petra… y la poción estallando sobre ella, salpicándome. Le había abierto un hueco en su torso. Ella cayó, y yo también, de forma tan brutal que ni siquiera sentí el impacto contra el suelo.
Ese recuerdo era todo lo que existía, una y otra vez.
Pensé que, al morir, vería mi vida: a mi madre,