Damian
Julieta huele a familia, a hogar, a todo lo que quisiera proteger encerrándolo entre mis brazos para siempre. Pero la batalla me espera, y si quiero cuidarla, tengo que pelear.
—No salgas —le digo, acariciándole la mejilla—. Te necesito aquí adentro. Tú puedes ganar esta guerra de la mejor forma: con conocimiento y tu inteligencia, no con golpes ni fuerza.
—No quiero dejarte solo…
Mi pecho vibra como si Ronan arañara las paredes para intentar consolarla.
—Dejé de estar solo el día que te vi. Yo te atrapé. Pero tú también me atrapaste, ¿lo sabes? Eres mi mate… mi única mate. La cacería era vinculante y sagrada. ¿No te lo dije?
Ella junta su frente con la mía.
—Prométeme que vas a volver. Prométeme que te vas a cuidar.
Le beso los párpados, la nariz, la boca, como si memorizarla pudiera mantenerme con vida. Su rostro me había acompañado tantas noches en vela, y trato de recordarlo igual que cuando estuvo lejos de mí y temí no volverla a ver.
—Una noche… quizá no mañana… pero pron