Julieta
Este no era el mejor lugar, de eso estaba consciente. Tampoco es que quisiera hablar con él; no era mi objetivo. Si por mí fuera, estaría lejos de él para siempre. Pero el destino nos había traído aquí, a este lugar oscuro, solos, alejados del resto. Él era mi jefe, el que controlaba mi destino como si yo fuera su títere. Sin embargo, algo dentro de mí gritaba que yo era más que eso, mucho más. Que él podría tenerme acorralada por mis deudas y mis problemas, pero que yo era una mujer libre. Seguía teniendo poder, y él… ellos… me necesitaban. No al revés.
Damián me miraba incrédulo, sus ojos bien abiertos, su respiración agitada, como si no pudiera creer lo que escuchaba. O quizás nunca imaginó que alguien se atreviera a enfrentarlo. Pues éramos dos. Y aquí estábamos.
Su quijada temblaba, sus manos estaban en puños mientras daba varios pasos, intentando controlarse.
—Estás hablando de cosas que no sabes —dijo con voz rota—. Lo que sucedió fue una tragedia… no pudimos hacer nada.