Julieta
—¿Qué demonios es esto? —dije al abrir el gran clóset, la mañana siguiente.
Estaba completamente equipado con ropa. Deslicé mis dedos por las telas, por las suaves texturas, y quedé impresionada con la cantidad de vestidos, trajes, pantalones formales, faldas e inclusive vestidos de gala que ni siquiera quise revisar. Todo tenía etiqueta y quedé espantada cuando vi el precio de una simple camisa blanca.
—Esto es una completa locura — para mi terror, también había pijamas, inclusive ropa interior, todo de extremadamente buen gusto y, se podría decir, ideal para mí. Me negué a usar algo de eso y busqué entre mi ropa, y me coloqué una blusa y una falda. Nada en comparación con lo que había en el clóset, pero al menos era mío.
—Señorita, ¿a dónde va? —me preguntó el señor Alan mientras me aproximaba a la salida.
—A las oficinas, por supuesto.
—El señor Marfil va a enviar un chofer —dijo él, nervioso.
—Puedo moverme como quiera, ¿no es así? Se supone que soy libre —respondí, y él no