Julieta
No podía hablar, cada palabra me salía como un suspiro. Pensé que mi vida había sido una serie de infortunios, uno tras otro. Pero él había estado posando su mirada en mí desde hace tanto tiempo, viendo cada paso. Aun cuando lo odiaba, aun cuando huía de él, Damian era mi constante, el espacio y el tiempo.
Sus palabras, sus confesiones, y ver esos tatuajes habían cambiado algo en mí, tanto que era difícil de explicar. Había pasado momentos oscuros, pero él también. Estaba preocupada por mi padre, por la ciudad, por ese loco acuerdo que hizo él, pero ahora este alfa era mi suelo, el aire, y todo lo que me rodeaba. Sus manos pasaban por mi cuerpo, marcando mi piel. No eran simples caricias; sus manos y dedos me presionaban, tomándome, y sentí que modelaba mi cuerpo como si yo fuese una escultura. Como si, al tocarme, reafirmara mi existencia, como si volviera a existir cuando él posaba sus manos en mí, sus ojos, sus labios. Él se agachaba y besaba mis piernas, y yo temblaba.
—Er