El amanecer trajo consigo un aire helado que envolvía la mansión. Agatha se despertó temprano, incapaz de conciliar un sueño profundo. Al abrir los ojos, encontró a Samer sentado junto a la ventana, observando el horizonte. Tenía el teléfono en una mano y en la otra una taza de café que apenas había tocado.
—¿Algo nuevo? —preguntó Agatha, su voz apenas un susurro.
Samer volteó hacia ella y negó con la cabeza.
—No aún, pero no me confío. Jaber es impredecible.
Agatha se levantó y se envolvió en una manta antes de acercarse a él.
—¿Qué pasa si nunca dejamos de huir? ¿Qué pasa si esto nunca termina?
Samer la miró, sus ojos reflejando el peso de la situación.
—Terminará, Agatha. De una manera u otra, terminará.
Ella lo observó en silencio, preguntándose si esa afirmación era más una promesa o una advertencia.
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La rutina del día comenzó con una reunión en la sala principal. Los hombres de Samer habían trabajado durante la noche para reforzar las medidas de seguridad, instalando sensores